Venezuela es un país de contrastes, de resiliencia, de una juventud que ha aprendido a crecer en medio de la incertidumbre. Pero, ¿qué piensa realmente esta nueva generación del gobierno que ha marcado su presente? Esta pregunta va más allá de ideologías políticas: se trata de una exploración humana, íntima y honesta del sentir colectivo de miles de jóvenes que día a día enfrentan desafíos únicos.
Hablar con jóvenes venezolanos es como asomarse al borde de un volcán: hay fuego, hay temblores, pero también una fuerza interior que late con potencia. La mayoría de ellos ha vivido la mayor parte de su vida bajo el mandato del chavismo, primero con Hugo Chávez y, desde 2013, con Nicolás Maduro. Esta continuidad ha moldeado no solo su visión política, sino también su forma de entender la vida.
Daniela, de 24 años, estudiante de Comunicación Social en Mérida, comenta:
“Yo no recuerdo lo que era comprar sin miedo a que el precio cambie al día siguiente. Todo lo que sé es esta lucha constante. Uno aprende a sobrevivir, pero también a cuestionar por qué tenemos que vivir así”.
Ese “por qué” se ha vuelto la brújula emocional de miles de jóvenes que no se conforman con lo que hay.
Según un informe del Observatorio Venezolano de Juventud, más del 68% de los jóvenes entre 18 y 30 años no se siente representado por el gobierno actual y considera que el país va en una dirección equivocada.
Las preocupaciones varían según la región, el acceso a servicios básicos y el nivel educativo, pero hay patrones comunes que se repiten:
La inflación, la falta de empleos formales y la dolarización de facto han obligado a muchos a emprender por necesidad. Según Ecoanalítica, cerca del 70% de los ingresos en zonas urbanas provienen de la economía informal.
Muchos jóvenes no sueñan con quedarse. De hecho, más de 7 millones de venezolanos han salido del país, y un alto porcentaje de ellos son menores de 30 años, según datos de ACNUR.
Las universidades públicas han perdido presupuesto y profesorado. “Estudiar en la UCV hoy es como cursar en ruinas”, dice José, estudiante de ingeniería. El informe de Transparencia Venezuela muestra que más del 50% de las facultades universitarias han suspendido actividades por falta de recursos.
Las redes sociales se han convertido en el refugio de quienes buscan decir lo que no pueden en espacios físicos. Sin embargo, hay temor a represalias, como indica el Reporte Anual de Espacio Público: se registraron más de 300 casos de censura o persecución digital en 2023.
Para entender la mirada juvenil sobre el gobierno de Maduro, es clave revisar los discursos oficiales versus la realidad diaria. Mientras el Ejecutivo promociona una narrativa de recuperación y soberanía, los jóvenes muchas veces sienten que viven en una burbuja distinta.
“Es como si vivieran en otra Venezuela. Hablan de logros, pero yo tengo tres años sin clases regulares en la universidad”, cuenta Gabriela, estudiante de Humanidades.
El gobierno, por su parte, ha impulsado programas como el Plan Chamba Juvenil o el Carnet de la Patria con beneficios y bonificaciones. Pero la mayoría los considera insuficientes o poco sostenibles en el tiempo, como muestra un estudio de CEDICE Libertad, que cuestiona la transparencia de estos programas.
No todo es desilusión. También hay quienes se organizan, protestan y crean nuevas formas de participación. Organizaciones como Ciudadanía Joven o Juventud Rebelde Venezuela han generado espacios de reflexión política sin caer en el partidismo.
Muchos jóvenes practican lo que algunos politólogos llaman “activismo cotidiano”: desde subir un video en TikTok hasta armar una red solidaria para compartir medicinas o alimentos.
Sin embargo, existe otra cara: la de los que ya no creen en nada ni en nadie. Esta desafección política crece y se convierte en abstención. En las elecciones regionales de 2021, por ejemplo, el nivel de abstención juvenil fue de más del 60%, según el Centro de Estudios Políticos de la UCAB.
“No voto porque no creo que mi voto cambie algo. No hay garantías de nada”, dice Luis, de 21 años.
Aspecto | Percepción Positiva | Percepción Negativa |
---|---|---|
Acceso a programas sociales | Algunos valoran los bonos del Estado | Se perciben como control político |
Libertad de expresión | Cierta tolerancia en redes sociales | Temor a represalias y autocensura |
Empleo juvenil | Iniciativas como Chamba Juvenil | Precariedad laboral e informalidad |
Participación política | Espacios abiertos por algunas ONG | Falta de credibilidad en instituciones |
Educación superior | Oportunidades en el extranjero | Crisis universitaria nacional |
Hablamos con el sociólogo Carlos Aponte, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB:
“La juventud venezolana ha desarrollado una especie de resistencia emocional. Son críticos del gobierno, pero también escépticos de la oposición. Se han vuelto prácticos: si no hay soluciones políticas, buscan soluciones personales”.
La politóloga Mariela Ramírez añade:
“Esta generación no está despolitizada, está repolitizada en sus propios términos. Su activismo no pasa por partidos, sino por comunidades, por redes sociales, por causas concretas como el feminismo, el ambientalismo o los derechos humanos”.
Las redes son el nuevo ágora. TikTok, Instagram y Twitter (ahora X) se han convertido en espacios de catarsis, humor político y denuncia.
Campañas como #NoMásBonos o #VenezuelaNoSeRinde han movilizado miles de interacciones. Además, plataformas como Probox han analizado cómo las etiquetas impulsadas por jóvenes superan incluso las del aparato oficialista.
Cada vez menos a través de medios tradicionales. Según un estudio de Medianálisis, el 72% de los jóvenes venezolanos prefiere informarse por YouTube, WhatsApp y Twitter. La desconfianza hacia los medios estatales es alta, pero también hacia algunos medios opositores.
Esto ha dado lugar al auge de medios independientes como Efecto Cocuyo, Runrunes y El Pitazo, que tienen una gran audiencia juvenil gracias a su formato ágil y crítico.
Según varias encuestas, menos del 20% de los jóvenes entre 18 y 30 años manifiestan una identificación directa con el gobierno de Nicolás Maduro.
Más que una estructura partidista, lo que existen son redes de activismo social, cultural o digital. Algunas se articulan a través de ONGs o movimientos estudiantiles.
Por razones económicas, falta de oportunidades y miedo a la represión. Buscan estabilidad y un futuro con garantías básicas que sienten que no pueden obtener dentro del país.
Muchos están informados y opinan activamente, pero pocos se sienten representados por partidos tradicionales. Prefieren formas alternativas de participación.
Un cambio político profundo, pero no necesariamente inmediato. Buscan poder vivir, no solo sobrevivir. Su esperanza es pragmática: menos discursos, más resultados.
La juventud venezolana no es apática ni desinteresada. Está herida, sí, pero también despierta. Critican, protestan, se burlan, sobreviven. Son una generación nacida del caos, pero con la capacidad de imaginar nuevos horizontes. Su juicio sobre el gobierno actual es claro: no se sienten representados ni escuchados. Pero tampoco entregan su futuro a ciegas.
Lo que piensan, lo que sienten, lo que esperan… nos da pistas sobre el país que quieren construir, con o sin quienes hoy lo gobiernan. Y quizás ahí, en esa rebeldía silenciosa, está la semilla del cambio que tanto se espera.
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